Por JAC.
La colonia Dolores Otero se ha convertido en un epicentro de inseguridad, miedo y desesperación para sus habitantes. Las casas abandonadas en la zona no solo representan un problema urbanístico, sino que se han transformado en refugios de drogadictos que atemorizan a los vecinos, roban en las viviendas y convierten la colonia en un territorio sin ley. El grito de auxilio de los ciudadanos es ensordecedor, pero en la comodidad de su cargo, Cecilia Patrón Laviada parece haber olvidado que combatir la drogadicción y la inseguridad es una responsabilidad ineludible.

La incapacidad de las autoridades para abordar este problema ha generado una crisis de miedo en la zona. Hace unos días, una vecina sufrió la invasión de su hogar por parte de un adicto, quien no contento con haber sido expulsado en una primera ocasión, regresó con un cuchillo para intentar robar. A pesar de la detención momentánea, el agresor fue liberado en cuestión de días, dejando a los vecinos en la incertidumbre y la indignación.

Mientras los habitantes de la Dolores Otero viven en zozobra, la indiferencia de las autoridades municipales se vuelve cada vez más evidente. Los vecinos claman por una solución: localizar a los dueños de las casas abandonadas, evitar que estos espacios se conviertan en madrigueras de criminales y garantizar que los ciudadanos puedan vivir sin el temor de ser atacados en sus propios hogares. Sin embargo, más allá de discursos vacíos y promesas de campaña, la realidad es que Cecilia Patrón Laviada ha hecho caso omiso a esta problemática.

Mérida se enfrenta a un deterioro social que no puede seguir siendo ignorado. No es solo la inseguridad en Dolores Otero; es el reflejo de una gestión ineficiente que prefiere mirar hacia otro lado antes que afrontar la crisis de drogadicción que carcome la ciudad. Es inaceptable que una administración que se jacta de trabajar por el bienestar de los ciudadanos permita que la delincuencia siga creciendo sin freno, poniendo en riesgo a las familias y sembrando el terror en las calles.

Las casas abandonadas de la Dolores Otero son el síntoma de un problema mayor: la incapacidad de las autoridades para enfrentar la drogadicción y sus efectos devastadores en la sociedad. Si Cecilia Patrón Laviada no es capaz de actuar con firmeza en esta crisis, entonces los ciudadanos deben preguntarse si realmente merece seguir en el cargo. La seguridad y la paz de Mérida no pueden quedar a merced de la inacción y la incompetencia.


Deja una respuesta