La política local de Tulum vive una etapa de incertidumbre y desconfianza, y Vicente Aldape Moncada, quien acaba de asumir el cargo de tesorero, parece ser el último en darse cuenta de que hay tiempos y momentos para todo. En lugar de concentrarse en el manejo de las finanzas municipales, Moncada ya se proyecta como una opción para la presidencia municipal, una postura que no solo resulta prematura, sino peligrosa para el rumbo que debería tomar el municipio.

Es evidente que Moncada ha decidido saltarse el proceso necesario de maduración política, alzando la mano sin haber demostrado compromiso ni resultados en el puesto que acaba de asumir. La política, especialmente en momentos como los actuales, no se trata de una carrera en busca del poder por el poder mismo. La administración de Tulum enfrenta problemas reales y complejos, particularmente en el tema de la seguridad, que requieren de un enfoque serio, basado en el trabajo y no en aspiraciones que parecen más interesadas en la visibilidad mediática que en la solución de los problemas.
Criticar la administración de Diego Castañón por su manejo de la seguridad es válido, pero hacer de esas críticas el trampolín para lanzar su propia candidatura sin haber resuelto ni siquiera lo más básico de su actual cargo es, en el mejor de los casos, irresponsable. No hay espacio ni justificación para una ambición política que no se sustenta en el trabajo previo. La gestión pública debe ser vista como un compromiso de servicio, no como un peldaño hacia el poder sin haber demostrado capacidad de liderazgo real.

El querer apoderarse de la administración completa de Tulum, en lugar de enfocarse en las tareas inmediatas que le han sido asignadas, refleja un profundo desconocimiento de lo que verdaderamente demanda la política: responsabilidad, honestidad y, sobre todo, un sentido claro de lo que significa servir a la gente. El impulso de Moncada no es más que una muestra de la ambición desenfrenada que permea el panorama político de Tulum, donde la oportunidad de acceder al poder parece ser el único motor para muchos de sus actores.
Tulum no necesita de políticos que se adelanten a los tiempos. La comunidad, cada vez más desilusionada, exige líderes que se comprometan con su cargo y resuelvan problemas, no que se suban a un escenario de aspiraciones vacías, porque lo que está en juego es mucho más que un cargo: es el futuro de un municipio que necesita de hechos y no de promesas prematuras.
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