En Yucatán, el gobierno encabezado por Huacho Díaz ha decidido dar un paso más allá en su estrategia de marketing político, pintando de “guinda” – el color del partido Morena – uno de los símbolos más emblemáticos de Progreso: el dinosaurio del Museo del Meteorito. Esta decisión, lejos de ser un acto inocente de decoración, se entiende como un intento desesperado por ganar popularidad entre los ciudadanos y manipular la percepción pública sobre su gestión.

La pintura “guinda” sobre el dinosaurio no es solo un acto de vandalismo cultural; es un claro indicativo de la falta de ideas y de logros reales por parte de un gobierno que, en su afán por mantenerse en el poder, recurre a simbologías partidistas para intentar convencer a la población de que las cosas se están haciendo bien. Sin embargo, la realidad en Yucatán cuenta una historia muy diferente.
Basta con mencionar el reciente y trágico caso del linchamiento en Tekit para entender la dimensión del “desgobierno” que se vive. Este evento, lejos de ser una anécdota aislada, refleja un estado donde la seguridad pública ha colapsado bajo la administración de Díaz. La incapacidad para proporcionar seguridad no es solo un fracaso operativo; es una señal de la desconexión entre el gobierno y las necesidades reales de la gente.
La estrategia de Huacho Díaz de pintar todo de “guinda” parece ser una extensión de esta desconexión, un intento de cubrir las fallas con una capa de color partidista. Si esta tendencia continúa, podemos esperar que no solo los monumentos y espacios públicos se vean afectados, sino también la educación, con la posible inclusión de imágenes “guinda” en los libros de texto, manipulando así la mente de las futuras generaciones para que asocien el color con el éxito y el progreso, cuando en realidad, es un recordatorio del fracaso y la manipulación.
Esta práctica no solo es un desprecio por la neutralidad y la objetividad que debería caracterizar a las instituciones públicas, sino también una forma de propaganda que atenta contra la integridad cultural y educativa de Yucatán. En un estado con una rica historia y tradición, convertir símbolos culturales en herramientas de propaganda política es, en el mejor de los casos, una ofensa al legado yucateco.
El ciudadano yucateco merece un gobierno que trabaje en soluciones reales a problemas tangibles, no uno que recurra a la pintura para enmascarar sus deficiencias. La administración de Huacho Díaz necesita entender que la verdadera popularidad y el respeto se ganan con hechos, no con colores. Yucatán no necesita más “guinda”; necesita un gobierno que gobierne, no que maquille.
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