Por JAC
En una muestra flagrante de cómo la política puede enturbiar el ámbito laboral, Yucatán se ha convertido en el escenario de una crisis que pone en tela de juicio la integridad de nuestras instituciones públicas. El DIF Yucatán, entre otras dependencias estatales, ha decidido prescindir de al menos 20 empleados, ofreciéndoles una liquidación que, de ser cierta, apenas roza los $6,000 pesos. Esta suma, lejos de ser una compensación justa, parece más bien una burla al esfuerzo y la dedicación de quienes han servido a la comunidad.

La indignación es palpable. La mayoría de los afectados se han negado a firmar lo que consideran un acuerdo ofensivo, y con razón. Estos despidos no solo son injustificados; son un claro ejemplo de cómo se utiliza el poder para favorecer intereses personales y políticos. Según fuentes cercanas a la situación, para dar paso a los nuevos empleados, se requiere un “papelito” de recomendación, donde se especifica el patrocinador político. Nombres como el doctor Domitilo Carballo y Edgardo Medina, ambos con raíces en el PAN, emergen en este oscuro proceso de selección, revelando una práctica de nepotismo y favoritismo que debería ser cosa del pasado.

Este fenómeno no es aislado. Se reporta que diversas dependencias estatales están siendo limpiadas de personal para hacer espacio a los “recomendaos” de políticos influyentes, en una violación sistemática de la Ley Federal del Trabajo. La ley es clara: los despidos deben estar justificados, y las indemnizaciones deben reflejar el tiempo y la calidad del trabajo realizado por cada empleado. Lo que estamos viendo en Yucatán es una parodia de justicia laboral, donde el mérito es sustituido por el compadrazgo.

Esta crisis en el empleo público en Yucatán no solo afecta a los despidos, sino que también degrada la confianza en las instituciones gubernamentales. Es un recordatorio urgente de que la transparencia y la legalidad deben ser pilares inquebrantables de la administración pública. La sociedad yucateca merece funcionarios que respeten y promuevan el trabajo digno, no que lo utilicen como moneda de cambio en el juego de la política.

Es imperativo que las autoridades competentes investiguen estos actos y que se sancione a los responsables. Los empleados estatales deben recibir el trato justo y la compensación adecuada que la ley les garantiza. Yucatán necesita, y merece, un gobierno que vele por el bienestar de sus ciudadanos, no uno que utilice las oportunidades laborales como un mecanismo de control y recompensa política.
Deja una respuesta