Por JAC y una pluma cautivada por lo salvaje
Créditos de las Fotografías a Rancho San Manuel
Gracias por tan hermoso regalo plasmado
Mérida, Yucatán, 22 de febrero de 2025
Hay imágenes que se clavan en el alma como un susurro de la tierra misma. Hace unos días, un video comenzó a circular en redes sociales: una madre jaguar, majestuosa y serena, caminando junto a sus cachorros cerca de la Reserva Ría Lagartos. Sus pasos, firmes pero silenciosos, parecían trazar un mapa antiguo sobre la selva yucateca, un recordatorio de que aquí, en esta península de cenotes y manglares, la vida salvaje sigue latiendo con una fuerza que nos supera y nos embruja.

El biólogo Edson Ku Chan, un guardián de los secretos de la fauna, nos ofrece pistas sobre este espectáculo. Nos cuenta que los jaguares, esos felinos de ojos profundos como pozos de obsidiana, encuentran en estas tierras rutas naturales que les permiten danzar entre los árboles, de un refugio a otro. Pero no es solo eso: la madre se acerca con sus crías a lugares donde la comida abunda, donde borregos y becerros se convierten en lecciones de caza para unos cachorros que, apenas salidos de su infancia, aprenden a ser reyes de la selva. Y hay más: el ciclo de la vida juega su parte. Con la primavera asomando, los cachorros nacidos entre diciembre y enero ya tienen el tamaño y la curiosidad para seguir a su madre, explorando un mundo que pronto será suyo.

“En mayo, más o menos, la hembra los deja solos”, dice Ku Chan, y uno casi puede imaginar la escena: pequeños jaguares, torpes aún pero valientes, buscando su primer bocado sin la guía de esos ojos maternos que todo lo saben. Es una despedida dulce y feroz, un rito que la naturaleza ha perfeccionado durante milenios. El biólogo, que también cuida las maravillas del Zoológico La Reina de Tizimín, nos tranquiliza: estos animales no buscan problemas. Huyen si se sienten amenazados y solo muestran los colmillos cuando no hay salida. Son criaturas de paz, no de guerra, a pesar de lo que el miedo humano pueda inventar.

En las cercanías de la comisaría de Yalsihon, los ganaderos lo saben bien. No es la primera vez que ven destellos de jaguares o pumas entre la maleza. Algunos, con el corazón en guardia, cuidan sus rebaños con más celo, temiendo perder lo que han trabajado. Pero otros han elegido un camino diferente, uno que me llena de esperanza: en sus ranchos han colocado bebederos con cámaras de vigilancia, no para cazar ni ahuyentar, sino para mirar. Para maravillarse. “Queremos ver lo lindos que son sin molestarlos”, dicen, y en esas palabras hay una chispa de reconciliación, un puente entre el hombre y la bestia que nos recuerda que compartir esta tierra no tiene por qué ser una batalla.

Este video viral no es solo un instante capturado en pantalla: es una ventana a lo que Yucatán guarda en su seno. Una madre jaguar y sus cachorros no son solo animales; son símbolos de una resistencia silenciosa, de una belleza que persiste a pesar de la deforestación, el ruido y el olvido. Mientras los ganaderos observan desde sus cámaras y los cachorros crecen bajo el sol de febrero, Rio Lagartos nos susurra una verdad: aquí, en este rincón del mundo, la vida salvaje sigue siendo un regalo. Cuidémoslo. Admirémoslo. Y, sobre todo, dejémoslo ser.
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