Por Jac
Mérida, Yucatán, 22 de febrero de 2025
Cecilia y Huacho, son el perfecto dueto de la hipocresía. Ella, con su discurso de “trabajo incansable” que no evita que Mérida sea un polvorín de frustración ciudadana. Él, con su “cambio histórico” que no cambia nada, solo recicla las mismas excusas de siempre: “todo está en orden, confíen en nosotros”. Pero la gente no confía, y no debería. Si la alcaldesa no puede prevenir que sus colonias ardan en ira, y si el gobernador permite que nuestro patrimonio natural sea un trofeo para extranjeros, ¿qué demonios están haciendo en el poder?
Nueve individuos, armados hasta los dientes con 10 escopetas, paseándose como si nada por el fraccionamiento Juan Pablo II en Mérida. ¿Quiénes son? Miembros de la pomposa Asociación de Tiradores, Cazadores y Pescadores Asociados de Matamoros A.C., un convoy de mexicanos y estadounidenses que, con sus camionetas de lujo y permisos en regla, vienen a Yucatán a saciar su sed de “diversión” matando animales. Sí, todo legal, todo bonito, todo avalado por la Secretaría de Seguridad Pública y la Sedena. Pero, ¿es esto necesario? ¿Es esto moral? ¡Por supuesto que no!
No nos engañemos: que las armas estén en estuches, desabastecidas y separadas de los cartuchos, que los papeles estén en orden, no cambia el fondo del asunto. Estos cazadores, con sus Tahoe blancas de Tamaulipas y Jeep con placas yucatecas, no son héroes defendiendo el equilibrio ecológico. Son intrusos que cruzan fronteras estatales y nacionales para venir a dispararle a lo que se mueva, mientras en Yucatán luchamos por proteger lo poco que queda de nuestra fauna. ¿Qué no hay venados, jabalíes o lo que sea en Tamaulipas? ¿Tan aburridos están en Matamoros que necesitan invadirnos con sus rifles y su arrogancia?
Aquí en Yucatán, donde el tráfico ilegal de especies ya es una herida abierta, donde aves como el azulillo siete colores o el cardenal están al borde de la extinción por la codicia y la indiferencia, estos “deportistas” llegan con la bendición del sistema a hacer lo suyo. La SSP dice que todo está en regla, que las escopetas cumplen la normatividad, pero ¿quién protege a los animales nativos? ¿Quién garantiza que no terminarán cazando especies protegidas bajo el pretexto de su “actividad cinegética”? Porque no es un secreto: la cacería, legal o no, suele ser una puerta abierta al abuso, a la depredación disfrazada de pasatiempo.
Y no me vengan con el cuento de que esto es cultura o tradición. Si quieren cultura, que se queden en sus tierras y cacen lo que allá sobra. Yucatán no necesita foráneos armados recorriendo sus montes, mucho menos cuando nuestra biodiversidad pende de un hilo. ¿Qué van a cazar? ¿Venados que apenas sobreviven la presión de los furtivos? ¿Aves que ya no se reproducen porque las capturan sin control? Esto no es un safari, señores, es un ecosistema al que le estamos arrancando el alma pedazo a pedazo.
La autoridad se lava las manos: revisaron los permisos, checaron con la Sedena, y listo, que sigan su camino. Pero esa indiferencia es cómplice. Darle luz verde a estos cazadores es como invitar a un ladrón a tu casa y luego sorprenderte de que te robaron. Sí, las armas pueden estar legales, pero su propósito aquí es un disparate. Si tanto quieren disparar, que lo hagan en un polígono, no en un estado donde cada animal cuenta, donde cada especie perdida es un golpe irreparable.
Basta ya de este circo. Que se vayan a Tamaulipas, a Estados Unidos o a donde quieran, pero que dejen a Yucatán en paz. No necesitamos sus escopetas ni sus trofeos. Lo que necesitamos es proteger lo nuestro, no entregarlo en bandeja de plata a quienes solo ven en nuestra naturaleza un blanco más que perforar. ¡Fuera cazadores foráneos! Yucatán no es su coto de caza.

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