Por JAC
Tras la anulación de las elecciones municipales del 2 de junio en Izamal y su repetición el 24 de noviembre, la actual alcaldesa, Melissa Puga Rodríguez, construyó su discurso en torno a la supuesta violencia política de género en su contra. Durante la campaña y la postcampaña, no perdió oportunidad de presentarse como víctima ante el electorado, denunciando ataques en su contra.

Sin embargo, a poco más de un mes de asumir el cargo, la llamada “Alcaldesa de la Esperanza” parece haber olvidado sus propias banderas. Hasta ahora, no ha tenido la mínima cortesía de comunicarse con al menos cuatro comisarios municipales, simplemente porque no pertenecen a su misma línea política. Además, realiza giras a comunidades sin previo aviso a sus auxiliares o, en el mejor de los casos, les informa a última hora, cuando ya tiene asegurada la presencia de sus simpatizantes para evitar cuestionamientos o acallar cualquier crítica.
Pero su afán de protagonismo no se queda ahí. Se sabe que la alcaldesa solo atiende a 20 personas por las mañanas y, cuando se digna a acudir al palacio municipal, impide que cualquier director de área brille por cuenta propia. La instrucción es clara: “Solo yo puedo salir en los reflectores”. Esta actitud autoritaria ha generado inconformidad entre los trabajadores del ayuntamiento, quienes denuncian acoso laboral y condiciones precarias, con exigencias que superan el 100% de su capacidad, pero con sueldos miserables.
Melissa Puga ha demostrado que aquello que tanto condenó en campaña es exactamente lo que hoy pone en práctica. Su discurso de víctima ha quedado en evidencia como una estrategia política más, y su gobierno comienza a ser señalado no solo por su exclusión a adversarios, sino por su propio abuso de poder.
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