Por Jhony Alamilla Castro
En los últimos años, el fenómeno migratorio ha puesto a México en una encrucijada. Miles de connacionales y migrantes centroamericanos son deportados desde Estados Unidos, regresando a un país que, si bien los recibe con los brazos abiertos, aún no ha sabido integrarlos de manera plena y productiva. Sin embargo, esta situación no debe verse como un problema, sino como una oportunidad histórica para que México despunte como una potencia económica y demuestre al mundo que, más allá de las adversidades, somos un pueblo trabajador, resiliente y capaz de superar cualquier desafío.
Más de 10 millones de ciudadanos mexicanos trabajan en Estados Unidos, formando parte de una fuerza laboral que contribuye enormemente a la economía de este país. Desde los campos agrícolas hasta las construcciones, pasando por los servicios y la industria, los mexicanos han demostrado ser un pilar fundamental para el crecimiento económico estadounidense. Sin embargo, este aporte no ha sido siempre reconocido ni valorado, y las políticas migratorias restrictivas, como las impulsadas durante la era Trump, han dejado en evidencia la vulnerabilidad de nuestra comunidad en el extranjero.

La deportación de migrantes, muchos de ellos con habilidades laborales y experiencia adquirida en Estados Unidos, representa una fuerza laboral valiosa que podría ser aprovechada para impulsar sectores clave de la economía mexicana. Desde la industria manufacturera hasta el campo, pasando por el emprendimiento y la innovación tecnológica, estos hombres y mujeres podrían ser el motor que impulse el crecimiento económico del país. Pero para lograrlo, es necesario que el gobierno y el sector privado trabajen en conjunto para crear programas de reinserción laboral, capacitación y apoyo financiero que permitan a los deportados integrarse de manera efectiva a la vida productiva del país.

Además, este momento histórico exige que México deje de depender tanto de su vecino del norte. La imposición de aranceles del 25 por ciento por parte de la administración de Donald Trump fue un golpe duro, pero también una llamada de atención para diversificar nuestros mercados. México no debe limitarse a ser un proveedor de materias primas y mano de obra barata para Estados Unidos. Es hora de mirar hacia otros horizontes: Asia, Europa, América del Sur y África son mercados emergentes con un potencial enorme, donde México podría posicionarse como un actor clave en el comercio global.

La clave para lograrlo está en la inversión en educación, tecnología e infraestructura. Un país que apuesta por la innovación y la calidad de sus productos puede competir en cualquier mercado del mundo. Además, México cuenta con una riqueza cultural y natural única, que bien aprovechada, podría convertirse en un imán para el turismo y las exportaciones de productos con valor agregado.
Es tiempo de que México despierte y demuestre al mundo que no necesita depender de Estados Unidos para ser grande. Somos un pueblo trabajador, creativo y lleno de talento. Los deportados no son una carga, sino una oportunidad para reconstruir y fortalecer nuestra economía. Si logramos integrarlos de manera efectiva, diversificamos nuestros mercados y apostamos por la innovación, no hay duda de que México puede resurgir como una potencia económica y demostrar que, en esta nueva era global, el futuro no está escrito por otros, sino por nosotros mismos.

México tiene todo para ser una potencia: recursos naturales, una ubicación geográfica privilegiada, una cultura vibrante y, sobre todo, una población trabajadora y emprendedora. Lo único que falta es una visión clara y una estrategia sólida que nos permita aprovechar al máximo nuestro potencial. El mundo está cambiando, y México tiene la oportunidad de liderar ese cambio.

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