La reciente cancelación de la designación de Julio Durán Rueda como coordinador de Afiliación y Credencialización en Morena, tras la presión de militantes fundadores de Morena en Quintana Roo, no es solo un episodio más en la vida interna del partido, sino un síntoma de las profundas contradicciones que atraviesa la organización política. Este hecho, ocurrido durante una sesión del Consejo Político Estatal en Cancún, pone en evidencia las tensiones entre los viejos y los nuevos actores dentro de Morena, así como las sombras del pasado que persiguen a algunos de sus miembros.

Julio Durán, un exmilitante priísta, fue señalado por los fundadores de Morena de haber perseguido a militantes del partido durante la administración de Roberto Borge, un exgobernador de Quintana Roo cuyo nombre es sinónimo de corrupción y autoritarismo. La resistencia a su nombramiento no es solo una cuestión de rencillas personales o viejas rivalidades, sino un recordatorio de que Morena, a pesar de su discurso de renovación y lucha contra el viejo régimen, no ha logrado desprenderse por completo de las prácticas y los actores que dice repudiar.

La intervención de la gobernadora Mara Lezama, quien participó como consejera nacional en la sesión, fue clave para frenar la designación de Durán. Sin embargo, este episodio deja al descubierto la fragilidad de un partido que, pese a su hegemonía política, sigue lidiando con conflictos internos que podrían minar su cohesión. Morena se presenta como la alternativa al PRI y al PAN, pero la presencia de figuras como Durán, con un pasado ligado al priísmo más cuestionable, plantea dudas sobre la autenticidad de su proyecto político.
Además, este incidente revela la influencia que aún conservan los militantes fundadores en la toma de decisiones del partido. Su capacidad para bloquear el nombramiento de Durán demuestra que, aunque Morena ha crecido exponencialmente y ha incorporado a figuras de otros partidos, sigue existiendo un núcleo duro que defiende su identidad original. Sin embargo, esta influencia también podría convertirse en un obstáculo para la renovación del partido, especialmente en un contexto en el que Morena necesita ampliar su base de apoyo más allá de sus orígenes.
Por otro lado, la aprobación de los nombramientos de 15 coordinadores distritales y del Plan de Acción Política 2025 durante la misma sesión parece ser un intento por mostrar unidad y continuidad en el proyecto morenista. No obstante, estos avances quedan opacados por la sombra de la cancelación de Durán, que deja en evidencia las fracturas internas y las contradicciones entre el discurso y la práctica.
En definitiva, la cancelación de Julio Durán no es solo un asunto interno de Morena, sino un reflejo de las tensiones que surgen cuando un partido que nació como una alternativa al sistema político tradicional intenta consolidarse como la nueva fuerza hegemónica. Morena enfrenta el desafío de reconciliar su pasado con su presente, de integrar a nuevos actores sin traicionar sus principios fundacionales y de mantener su cohesión en un contexto de creciente complejidad política. Este episodio en Cancún es una advertencia: sin una auténtica renovación y una claridad en sus valores, Morena corre el riesgo de convertirse en aquello que juró destruir.
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